Tomaban café como casi cada tarde, en aquella mesita de hierro forjado, entre el sol que templa las tardes de abril y la sombra que refresca el intervalo entre lo agónico y lo templado.
Hacia más de medio siglo que ambos tuvieron el mismo pensamiento: sí me quiere me buscará. Y nunca se encontraron como lo habían hecho aquella noche.
Ahora, con la luz de una primavera marchita, esperaban la hora de decirse adiós mientras el café se enfriaba por última vez.
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