La espera se producía en una sala. Por eso se llama sala de espera. Se espera lo que no se sabe esperar. Quién sabe lo que vendrá tras la megafonía, tan fría, tan atormentadora. ¿Será mi nombre? ¿Será el de ella? ¿Será que ya no sabemos esperar buenas noticias? Será posible que queramos esperar mientras pensamos en lo inesperado. Deberían llamarse salas de lo inesperado, si.
Y allí estaba él, agobiado por todos los tramites a arreglar durante semanas con autoridades eclesiásticas. Pobre, no se da cuenta que no vale la pena.
Resultó de lo más curioso ver a dos monjas en maternidad. Puede ser que se crean las verdaderas madres de Dios. Como tal, deben cuidar sus vientres, acariciarlos, hablarlos con cariño. En ellos se e puede estar criando la esperanza de muchas personas que vienen a este mundo a no sufrir por un elevado ser que vete tu a saber de que autor de ciencia ficción salió.
Familiares de Alonso García, pasen por puerta 1. Y la puerta 1 que no se abre. Segunda llamada para los familiares de Alonso García. Tercera. Pobre Alonso García. Quizás debería pasar, decir con la cabeza bien alta “yo soy familiar de Alonso García”. Posiblemente Alonso García ni sepa ya quién es, pero de seguro que agradecerá una mano que le hable, en el idioma que hablan las manos, y que le diga que pronto saldrán del lugar de lo inesperado.
Ningún diagnóstico me viene bien, era de esperar.
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