Sólo dejaré de mirarte si eso supone que no te volveré a ver.
Despertar en el silencio más absoluto.
No saber qué hora es.
Sentir el cuerpo totalmente relajado, descansado.
Café recién hecho.
Química en la sangre.
Suena la música.
Te voy a esperar para bailar.
El mareo que me producen mil notas, mil canciones, miles de letras, we walk...
Perderme entre la gente es un placebo de uso regular en el botiquín de mi baño.
Y no hay mejor elixir para mi piel que el roce de la tuya.
Recorrer kilómetros de sentimientos que se esconden.
No dejes que las estrellas se apaguen.
Si me arrastro por las escaleras es para subir al cielo de tus ojos, pero se me cerró la puerta de tu boca, perdí la llave en algún lugar que no recuerdo.
Se me tatuó tu olor en lo más profundo de mi piel, seca, que se irrita; y busco la cura que está en venta ilegal en esquinas de la ciudad que vigilan otros acusadores de mentes libres. No hay cura, no hay remedio, supero el dolor con tu recuerdo fugaz.
Tengo matrícula de honor en cuestión de errores.
Luz que parpadea. Si presto atención puedo oír como quema. Siento su calor en la frente.
Baila ausente al exterior. De un lado al otro.
Mezcla colores sin importar la gama. ¿Qué importa que nos mezclemos? Si somos como colores con miedo a teñirse de el de al lado. Que no importa el resultado, solo el calor de la mezcla. Calor en mis ojos. Olor a color.
Aceites que se derriten como esencias de dos cuerpos que le pierden el miedo a quemarse y se juntan en una locura que al fin y al cabo es puro calor.
Será que necesitamos una llama.
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