El cuerpo pedía ya ese momento de calma, de encontrarse tendido y descansando. La mente también.
Todos los pensamientos se iban dispersando. Los ojos se iban cerrando poco a poco, como dos grandes y pesadas puertas acorazadas.
La pantalla del móvil se iluminó, y con ella todo el cuarto se tiñó de ese azul eléctrico.
No quería saber nada de nadie, hasta que pensé que podrías ser tú pidiéndome ayuda.
Seguías sin dar señales de tu vida conmigo.
Y me dormí como cada noche.
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