martes, 14 de enero de 2014

Martín no habla

-Llevo todo el día pendiente de ti, de cada uno de tus movimientos. De tu manera de colocarte el pelo detrás de la oreja. De tu manera de andar. De cómo sonríes.

Terminó de desnudarla. Seguía mordiéndole el cuello mientras ella encogía las piernas y encorvaba la espalda.

miércoles, 8 de enero de 2014

Agua


 

Las semanas anteriores habían sido un caos. Su desconexión mental le había costado el alejamiento de todo tipo de encuentro social, menos con el negro amable del parque. No cogía el teléfono ni a amigos ni a familiares. Desde que firmó la liquidación en la empresa no había vuelto a tener una conversación fluida y seria con nadie. En los comercios ni daba los buenos días ni se despedía al salir. Nada demostraba su humanidad desde el día en que Elena le dejó.

Se sumergió en una espiral oscura. Los días se hacían pesados y las noches se convertían en tristes horas de mirar al techo. Tan sólo las caladas del tabaco mezclado le calmaban la agonía que se le había agarrado al pecho.

 

Pensó que quizá era pronto para que el negro amable apareciese, sabía que los medios días los rondaba por esa zona de El Retiro, pero no sabía que hora era. Había perdido el móvil en algún lugar del desorden de su piso, no llevaba reloj y preguntar a cualquier desconocido qué marcaba el minutero se le hacia una tarea demasiado pesada.

Decidió caminar por el paseo. Los árboles de los laterales, algunos desnudos, otros con finos fulares de hojas marrones, le susurraban al compás del viento. Miraba al suelo mientras emprendía una marcha sin rumbo. De reojo veía patinadores y ciclistas. Algunos reían, otros se animaban con voces que le taladraban los oídos. Malditas las ganas que tiene nadie de hacer nada.

 

Pensó en su último esfuerzo para hacer algo. Esa misma mañana se levantó de la cama ya cansado de estar tumbado. Al mirarse en el espejo se dio cuenta de su aspecto, pero tampoco le importó. Lo que si le molestó un poco fue su olor. Así huele la tristeza, pensó, y si que da asco. Entendió que darse una ducha no conllevaba ningún tipo de destreza social, y que, aún que no era obligatorio visitar a su camello limpio y perfumado, tampoco pasaría nada por quitarse tanta mugre como llevaba. El agua limpia. Que se lo lleve todo.

Entró en la ducha y dejó correr el agua. Levantó la cabeza y dejó que el chorro caliente corriese por su cara, por sus hombros, por su vientre y sus piernas. Bajó la cabeza y respiró. Abrió los ojos y descubrió que no se había quitado los calcetines. Ninguna reacción. Se enjabonó y se aclaró. Salió mojado, chapoteando. Recorrió la casa dejando sus huellas por todas las estancias. En algún sitio habrá algo limpio.

 

Siguió caminando entre el susurro del viento. Este lugar le había dado buenos momentos. Los días de primavera eran agradables, siempre y cuando se encontrase un lugar apartado de los críos, de la gente que hace botellón, de los hippies percusionistas, de los niños de papa con la guitarra cantando como gatos atropellados para conquistar a las niñas monas. De repente el parque se le antojó un asco, un lugar al que no volver.

Se paró y observó la estatua que se le presentó.

Lucifer. El Ángel Caído. Miró el frío bronce. Escuchó lo que las aguas le decían mientras salían del pedestal a sus pies. Seguía mirando los ojos de aquella figura que se enredaba en el sufrimiento, como él. A 666 metros sobre el nivel del mar la calma le inundó. Entendió que él también tenía serpientes enredadas en sus piernas, que su castigo sería poblar el inframundo por los siglos de los siglos. Que su invierno se tornaría cálido si se dejaba llevar, si se dejaba llevar, si se dejaba…

 

Todo se tiñó de blanco. Unos instantes le bastaron para darse cuenta de lo que había pasado. Ahora su boca permanecía abierta y emanaba agua fría a los pies del señor de las tinieblas. Sabía que era inútil pedir ayuda, pues de su garganta no brotaría nada más que líquido. Su expresión era ahora la del terror, la de una criatura acostumbrada al dolor, la de quien ya no siente la pena.

Elena pasó por delante de él. La reconoció aún cuando la ropa cubría su rostro casi por completo. Quiso escupirle que la odiaba, quiso escupirle que la amaba. Salpicó las botas de la joven. Ella ni se dio cuenta.
 
 
 
 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Será otro día

Ahora que me he sentado lejos ti
me pregunto si te has dado cuenta
que aún a kilómetros escucho tus latidos,
escucho tu respiración, escucho tu risa.

Ahora que ya no me necesitas me pregunto
si te has parado a pensar
que me desgarraría la piel por ti cuando me lo pidas.

Ahora que ya no parece vital darnos la mano
me pregunto si te apetece que siga acariciando cada una de tus palabras.

Ahora ¿es tarde?
Mirarte mañana es un futuro imperfecto.

Ahora.