lunes, 2 de diciembre de 2013

Rosa chicle y verde limón

 

 

No sé desde cuándo mantenemos tan vivamente estas ganas de matar.

Años, años son los que llevamos compitiendo por el asesinato perfecto. El de nuestro padre.

No me alcanza la memoria, pero sé que Carlota y yo éramos pequeños cuando ya disfrutábamos viendo quién hacía más daño a los gatos recién nacidos de tantas camadas como llegaban a la finca de verano.

Era un misterio oscuro, una extraña fuerza que se apoderaba de nosotros, era como magia.

 

Cuando fuimos conscientes de la desorbitada fortuna de nuestra familia, cuando nos dimos cuenta de que con tanto dinero las ansias de matar aceleraban nuestro ritmo, cuando supimos que ésta era la competición para la que habíamos estado entrenando durante tantos años; fue entonces cuando sellamos el pacto con sangre: quien le matase se quedaba con todo.

Habría dinero de sobra para arreglar papeles.

Quien perdiese tendría que conformarse con trazar otro plan y acabar con mamá. Su fortuna era menor, pero igualmente apetecible. El caso era competir, y matar.

 

Sentado en esta confortable silla de salón rococó no dejo de pensar mientras la miro fijamente. Hermanita, cuántas veces he frustrado tus planes, cuántas veces has salvado a este desconocido al que llamábamos "papá", cuántas veces hemos estado a punto de conseguir la hazaña.

Y sin embargo aquí estamos, velando al muerto. Intentando consolar a una madre que no sé por qué se me antoja fría y falsa, que no me creo sus lágrimas, como tampoco me creo las tuyas. Sucia perra, ¿cómo eres capaz? Pero te descubro en algún gesto, sé que no sientes pena por él, sino porque tu has perdido la ridícula apuesta igual que yo. Bueno, repartimos al cincuenta por ciento. Lo que te jode es no ganarme. Eso te está removiendo las tripas, igual que a mi, hermanita. Ya ves, papá siempre nos jodía, si no era estando ausente en cada momento de nuestra vida era muriéndose sólo, el caso era joder.

 

Y aquí me veo de nuevo, en un gran salón con un muerto, una madre desconsolada, una hermana actuando y un montón de familiares y amigos, o eso creo yo que son, porque a muchos ni les reconozco. En fin, un montón de gente de apariencia extremadamente importante, a excepción de aquella rastafari sentada en un rincón. ¿Quién cojones es? La curiosidad me puede, jamás podría imaginar que alguien de esas trazas conociese a papá y mucho menos que llorase su muerte.


-Creo que se ha debido confundir, voy a tener que pedirle que abandone mi salón.


Y me mira con esos ojos, llenos de lágrimas, enrojecidos, que desprendían ese extraño olor…


-¿Quieres porro?


Y llora, llora desconsoladamente mientras sigue mirándome y sujetando ese pitillo que desconecta su mente de esta realidad.

La agarro del brazo y la llevo a la cocina mientras solloza el nombre de papá.


-Ay, ay, ay… ay Fonso, ay Fonso, ay.


Fonso. Tócate los cojones. Si en la última junta de accionistas le hubiesen nombrado así en lugar de Alfonso Pérez de Berenguer. Presidente Fonso. Joder ¿quién es esta tía?


-Dime, ¿quién eres y qué haces aquí?


No doy crédito, la hippie estaba siguiendo con la mirada perdida el recorrido de la luz de un coche en la pared. Seguro que va puesta de algo más. Si. Una no se baja la falda, por muy mugrienta que parezca, así como así, y menos en la cocina de una casa extraña.

Me lanzo hacia sus sucias botas para subirle las prendas que se ha ido bajando, pero ella debe pensarse, allá en su globo, que yo quiero jugar. Debe imaginar que soy un perro por su forma de rascarme las orejas y decirme "Pupy bonito, como te gusta jugar entre mis piernas". Y luego se ríe. Se descojona la tía. En el forcejeo de subirle las bragas y que me acaricie el lomo hemos terminado de bruces en el suelo de la cocina.


-¡Pupy! ¡Pupy bonito! ¿Pupy?


Su mirada ha vuelto a transformarse en tristeza absoluta.


-Pupy ¿desde cuándo eres tan feo? ¿Y tus orejillas? ¿Y tu hocico?


-No me llamo Pupy, hippie de mierda, vete de mi casa.


-Bueno, no te llamarás Pupy, pero que feo eres… ¿Quieres porro?


-¡No! ¡No quiero porro! Quiero que te vayas del velatorio de mi padre ahora mismo. ¡Venga! ¡Fuera de aquí! No, no, no llores, ¡no llores!


-Borja…


Otra. Carlota apareciendo siempre en el momento menos apropiado.


-¿Qué haces Borja?


-Ayúdame a levantar a esta zumbada.


-¿Quién es?


-¿Quieres porro?


-¿Qué dice?


-Venga, luego te lo cuento, ¡ayúdame!


-Borja, se va a proceder a la lectura del testamento, déjala aquí y luego nos encargamos de ella. Mírala, si no se puede ni levantar de la silla.




Dios. ¿Qué locura es esta? ¿De dónde ha salido semejante saco de pelo puesto de marihuana y quién sabe que más hasta las cejas? ¿Por qué llamaba a mi padre Fonso?

 

En el salón todo el mundo está serio. Míralos. Como aves de rapiña alrededor del señor Smith, gerente y abogado de la familia, como su padre y su abuelo. La de lecturas de testamentos que nos había hecho ya.


-Buenas tardes hoy de mi a ustedes.


Joder, con la de años que lleva en España y que no pierde ese maldito acento inglés.


-Yo sólo tengo que decir que this is not a lectura de testamento, oh, normal, ¿tú entiendes?


-Si, si, lo entiendo. Terminemos con esto por favor.


-Quizás is very mejor que only los familiares más cerquita estén…


-No, no; no hay tiempo.


Ansiaba decirle que mi mayor deseo era perderles a todos de vista cuanto antes.


-Está bueno. Pues decir que Mr. Pérez de Berenguer, muy especial friend de mi, hizo llamada a mi muy poco antes de morir. Yo corriendo to the hospital y what´s my sorpresa al escuchar última voluntad. Damas y caballitos, la última voluntad de my cliente and fiel amigo, is nada mas y nada menos que una de las más nobles que he visto never and ever. Toda su fortuna está ingresada ya en cuento corriente de Banco Santander de la asociación de gays y lesbianas de Cáñar, a littlel town de la alpujarra de Granada.


-¿Cómo?


-Yo y mi sorpresa también es grande.


El salón se ha convertido en los pasillos de una cárcel en pleno motín. Con la muerte de papá hay mucho dinero en juego, no solamente el de la herencia de la familia. Mi hermana me mira desubicada, y sé con más certeza por el aleteo de su nariz cual toro de miura que algo va mal, o más bien, a peor.


-¿Quieres porro?


-Smith, ¿qué quieres decir con el "toda la fortuna"? ¿A dónde?


-¡A los gays y lesbianas de Cáñar, so maricón!


No doy crédito. No entiendo lo que pasa. De pronto una manada de híbridos entre hombres y mujeres de feria han invadido por completo el salón. Todos nos hemos quedado pasmados. So maricón. El grito que paralizó las cuentas corrientes de un puñado de viejos ricachones.


-¿Quieres porro?


-Niña, cállate y ven acá pacá que contenta me tienes; venirte sola a llorar a Fonso. ¿Y nosotras que? Qué la Chelito lleva el rimmel corrido desde que hemos salido de Graná. Y yo no sé cuántos diazepanes llevo, ¿cuánto Chelito?


-Chica no sé, que chocho me tienes liao con las pastillas de la polla.- Conteta Chelito acariciando al pobre abogado, que no articula palabra.


-Bueno, las que sean mi alma.


-Vamos a ver, señoras, señores… eh…- Tartamudeo intentando poner orden en tal enredo.


-Mmmmira el mariconazo, ¿qué? ¿qué te jode eh? Pues que sepas, que a tu padre le encantaba como me quedaba esta boa, que por eso me la he traido, ¡Hombre! ¡Para homenajear a esta prenda! ¡Que se nos ha ido! Ay…


Me ha dejado seco con el golpe de abanico en el pecho. No con la aparición en sí de un grupo de travestís y una hippie drogada en el salón, no; yo me he quedado impactado con el golpe de abanico.

No me lo puedo creer. Mi padre. Activista del Opus Dei, millonario, ultra conservador; ese, admirador y fiel participante del crecimiento de la comunidad gay de la alpujarra de Granada.

Resulta que las escapadas por temas de trabajo no siempre habían sido tan aburridas como las pintaba papá en los desayunos fugaces. Resulta que papá no estaba tan en contra de las modernidades sexuales de esta época. Resulta que la hippie que tan amablemente ofrecía droga a todos los presentes había sido capaz de ver en papá lo que ni si quiera mamá había visto.

Resulta que al ritmo de "I Will survive", cantado por dos travestis vestidos de verde limón y rosa chicle y una joven de estética rasta, termina el intento más patético de hacerse con la herencia de la familia Pérez de Berenguer.

1 comentario: