domingo, 31 de julio de 2011

De la calma de una cama

Julio.
Sol.
Altas temperaturas.
Calores sofocantes.

Aún así se siente como el frío entra disfrazado por la ventana.

Escalofríos.
Tiritonas.
La piel de gallina.
Buscar abrigo.

Y si de repente le da por recordar como era todo antes el calor y el frío se convierten en algo más etéreo que le paraliza en un segundo el cuerpo, la mente y el alma.

La transpiración de la piel, los latidos acelerados, la ansiedad a la vuelta de la esquina; otra vez a recolocar los papeles perdidos. Sería mejor que se hiciera carpetas con subcarpetas que contengan otras carpetas. Ordenar la vida a base de títulos de archivos fáciles de recordar. Ya es demasiado difícil, por uno o por otro.

Y vuelven a temblarle las manos cuando busca entre las sábanas algún botón que se le perdió entre la locura de cualquier otra noche. Si lo encuentra y lo pone en su lugar podría ser que todo volviese a estar en orden.

Y tras la agonía llega otra vez el cansancio. Y se duerme poco a poco, pero sin cerrar los ojos. Y decide seguir buscando cuando tenga ganas de encontrar algo.


Cómo no quieres que te eche de menos.

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