Julio.
Sol.
Altas temperaturas.
Calores sofocantes.
Aún así se siente como el frío entra disfrazado por la ventana.
Escalofríos.
Tiritonas.
La piel de gallina.
Buscar abrigo.
Y si de repente le da por recordar como era todo antes el calor y el frío se convierten en algo más etéreo que le paraliza en un segundo el cuerpo, la mente y el alma.
La transpiración de la piel, los latidos acelerados, la ansiedad a la vuelta de la esquina; otra vez a recolocar los papeles perdidos. Sería mejor que se hiciera carpetas con subcarpetas que contengan otras carpetas. Ordenar la vida a base de títulos de archivos fáciles de recordar. Ya es demasiado difícil, por uno o por otro.
Y vuelven a temblarle las manos cuando busca entre las sábanas algún botón que se le perdió entre la locura de cualquier otra noche. Si lo encuentra y lo pone en su lugar podría ser que todo volviese a estar en orden.
Y tras la agonía llega otra vez el cansancio. Y se duerme poco a poco, pero sin cerrar los ojos. Y decide seguir buscando cuando tenga ganas de encontrar algo.
Cómo no quieres que te eche de menos.
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